miércoles, 1 de febrero de 2012

Querido pequeño...

Hace un par de meses tuve la oportunidad de escribirle una carta a mi hijo menor. Esto a raíz de una convivencia de un día, que iba a tener con sus compañeritos de escuela, con motivo de su salida de su último año de escuela.
Hoy se me ha ocurrido compartirla, para que no me suceda como con la que también, en su oportunidad, le escribí a mi hijo mayor, Luis Alejandro (todavía la estoy buscando, por cierto…). Gracias por leerla…





Querido pequeño:
¡Qué grande te has vuelto! Me cuesta trabajo recordarte cuando apenas medías unos cuántos centímetros. Eran como cinco… ¡ah no, perdón! Eran como cincuenta y tres centímetros cuando naciste. Recuerdo que te la pasabas durmiendo, comiendo y ca…, bueno, ¡cómo se gastaban los pañales!
Ya más en serio, quiero decirte que me hace muy feliz ver como, poco a poco, te vas convirtiendo en un gran muchacho. Primero sucedió con Luis, y ahora se repite con vos.
Siempre para un padre, el ver crecer a sus hijos le produce sentimientos encontrados: por un lado, está la alegría de verlos crecer sanos, felices, fuertes; por otro lado, un aire de nostalgia y hasta de tristeza, por saber que pronto se marcharán en busca de su verdad, en busca de su destino.
Eso lo sé, porque yo también he pasado por esto. Claro que el mundo que yo ví y conocí era un poco diferente, pero las sensaciones eran y son las mismas. Los miedos de los hombres son eternos, y tan antiguos como la humanidad.
Muy pronto empezarás una nueva etapa en tu vida. Pero esto no tiene por qué asustarte, al contrario, debe llenarte de entusiasmo. Aprenderás cosas nuevas, conocerás a muchas personas que ni siquiera imaginabas que conocerías, y crecerá tu conocimiento del mundo que te rodea.
Pero, a la par de todo eso, procura conocerte primero a tí mismo. Porque conociéndote tú primero, podrás llegar a alturas inimaginables, y entenderás que el cielo es tu único límite.
Por eso, aprende a vivir cada día como lo que es en realidad: algo único. Sí, no existen dos días iguales, por más que nos lo parezcan, y cada día es una nueva oportunidad: una oportunidad para aprender, una oportunidad para ser mejor, una oportunidad para ser feliz.
¿Qué es la felicidad? No puedo decírtelo con certeza. Pero sí puedo decirte un secreto, que a muy pocos se los he contado: cuando he sido más feliz, ha sido cuando he tratado de ver el mundo con ojos de niño.
Sí, porque no importa cuántos años tengas, cuántas arrugas se te puedan dibujar en el rostro, o cuántas canas asomen en tu pelo, siempre puedes intentar ver el mundo con ojos de niño. Y vieras que no es difícil, no. Basta con practicar un poco todos los días y ¡zas!, logras hacerlo.
¿Recuerdas cuándo viste llover por primera vez? No, por supuesto que no. Yo tampoco recuerdo mi primer encuentro con la lluvia, pero sí recuerdo el tuyo, y el de tu hermano. No paraban de mirar el cielo, con la boca semiabierta y casi sin pestañar…
Una vez vi una lluvia, pero de meteoritos. Como ya era un adulto, puedo recordarlo mejor, y me pasó lo mismo: no paraba de admirar el cielo, con los ojos muy abiertos, boquiabierto, y casi creo que dejé de respirar…
Un camino lleno de éxitos comienza para ti. Tal vez no sea fácil, y de seguro existirán dudas y hasta tropiezos. Pero podrás andarlo más cómodamente si lo transitas con el paso seguro y tranquilo de quien se conoce o se busca a sí mismo, y con los ojos atentos y llenos de admiración de un niño.
Camina, aprende, crece, pero en tu corazón nunca dejes de ser niño, para que siempre la felicidad te acompañe adonde quiera que vayas… ah, y ya sabes que ustedes siempre pueden contar conmigo.
Con amor inmenso, infinito…
Tu papá