jueves, 19 de mayo de 2011

El sabio

Se cuenta que en el siglo pasado, un turista americano fue a la ciudad de El Cairo, Egipto, con la finalidad de visitar a un famoso sabio.

El turista se sorprendió al ver que el sabio vivía en un cuartito muy simple y lleno de libros. Las únicas piezas de mobiliario eran una cama, una mesa y un banco.

- ¿Dónde están sus muebles? preguntó el turista. Y el sabio, rápidamente, también preguntó: - Y dónde están los suyos...?
- ¿Los míos?, se sorprendió el turista. ¡Pero si yo estoy aquí solamente de paso!
Yo también... concluyó el sabio. "La vida en la tierra es solamente temporal... sin embargo, algunos viven como si fueran a quedarse aquí eternamente y se olvidan de ser felices".
El valor de las cosas no está en el tiempo que duran, sino en la intensidad con que suceden. Por eso existen momentos inolvidables, cosas inexplicables y personas incomparables.


jueves, 12 de mayo de 2011

Los dos lobos

Una mañana un viejo indio Cherokee le contó a su nieto acerca de una batalla que ocurre en el interior de las personas.


Él dijo, "Hijo mío, la batalla dentro de todos nosotros es entre dos lobos ".


"Uno es Malvado - Es ira, envidia, celos, tristeza, pesar, avaricia, arrogancia, autocompasión, culpa, resentimiento, inferioridad, mentiras, falso orgullo, superioridad y ego.


"El otro es Bueno - Es alegría, paz amor, esperanza, serenidad, humildad, bondad, benevolencia, empatía, generosidad, verdad, compasión y fe.

El nieto meditó por un minuto y luego preguntó a su abuelo:

“¿Cuál de los dos lobos gana?”

El viejo Cherokee le respondió: "Aquél lobo al que tú alimentes."

lunes, 7 de marzo de 2011

Hace muchísimos años vivía un monje muy sabio, en un monasterio lejano, que guardaba en un baúl de caoba el secreto de la felicidad. Muchos reyes y hombres poderosos de su época le ofrecieron oro y plata por el secreto, intentaron sobornar a los demás monjes y hasta planearon cómo robarlo. Sin embargo se dice que mientras más intentaban obtener el secreto, más se llenaban de envidia y más infelices se sentían.

Cuentan que un día un joven sencillo llegó hasta el monasterio y dijo al monje: "Le confieso que yo también quiero ser feliz. ¿Compartiría usted conmigo el secreto?". El monje vio en los ojos del joven la sinceridad y lo llevó al aposento en que guardaba el codiciado baúl de caoba. Lo abrió y sacó de él un sencillo pergamino en el que estaba escrito en seis principios, el codiciado secreto.

Por orden del religioso, el joven leyó:

"El primer principio es que cada mañana, al despertar, cuentes tus bendiciones". Sí, explicó el monje. Debes agradecer a Dios por todo lo que ya tienes. La oportunidad de vivir, de hacer tu trabajo bien hecho, de amar a tus seres queridos y por todas las cosas materiales que están a tu servicio.

"El segundo es percatarte de lo bueno que Dios te creó".  El monje aclaró. ¡Todos los días debes repetirte que eres importante, valioso, inteligente y capaz! Debes marcar y fijar metas importantes para ti:

"El tercer principio es comprender el poder que hay en la acción".  Sí, sentenció el monje, sin la acción tus metas carecen de valor alguno. Con la acción estarás siempre motivado.

"El cuarto principio es mantenerte en constante aprendizaje". La forma de llegar a la sabiduría es aprender algo útil cada día.

Es como subir una escalera, sube un peldaño diario y te sorprenderá la altura que pronto alcanzarás.

"El quinto principio es cuidar tu cuerpo ejercitándolo todos los días".  Recuerda hijo que somos el resultado de lo que comemos y del ejercicio que hacemos.

"El sexto y último principio es pedir ayuda cuando la necesites".  Acuérdate que hay un poder mucho más grande que tú. Ora pidiendo ayuda, y tú la recibirás.

martes, 8 de febrero de 2011

¿Cómo crecer?

Un rey fue hasta su jardín y descubrió que sus árboles, arbustos y flores se estaban muriendo.

El Roble le dijo que se moría porque no podía ser tan alto como el Pino.

Volviéndose al Pino, lo halló caído porque no podía dar uvas como la Vid.

Y la Vid se moría porque no podía florecer como la Rosa.

La Rosa lloraba porque no podía ser alta y sólida como el Roble.

Entonces encontró una planta, una Fresa, floreciendo y más fresca que nunca.

El rey preguntó:

¿Cómo es que creces saludable en medio de este jardín mustio y sombrío?

No lo sé. Quizás sea porque siempre supuse que cuando me plantaste, querías fresas. Si hubieras querido un Roble o una Rosa, los habrías plantado. En aquel momento me dije: "Intentaré ser Fresa de la mejor manera que pueda".

Ahora es tu turno. Estás aquí para contribuir con tu fragancia. Simplemente mírate a ti mismo.

No hay posibilidad de que seas otra persona.

Podes disfrutarlo y florecer regado con tu propio amor por vos, o podes marchitarte en tu propia condena...


Tomado de: "26 Cuentos para pensar" de Jorge Bucay

miércoles, 5 de enero de 2011

El mercader y la bolsa...

Cierto día un mercader ambulante iba caminando hacia un pueblo. Por el camino encontró una bolsa con 800 monedas.
El mercader decidió buscar a la persona que había perdido el dinero para entregárselo pues pensó que el dinero pertenecía a alguien que llevaba su misma ruta.
Cuando llego a la ciudad, fue a visitar un amigo.

- ¿Sabes quién ha perdido una gran cantidad de dinero? - le pregunto a éste.

- Sí, sí. Lo perdió Juan, nuestro vecino, que vive en la casa del frente.

El mercader fue a la casa indicada y devolvió la bolsa
Juan era una persona avara y apenas terminó de contar el dinero grito:

- Faltan ¡100 monedas! Esa era la cantidad de dinero que yo iba a dar como recompensa.

¿Como lo has agarrado sin mi permiso? Vete de una vez. Ya no tienes nada que hacer aquí.

El honrado mercader se sintió indignado por la falta de agradecimiento. No quiso pasar por ladrón y fue a ver al juez.
El avaro fue llamado a la corte. Insistió ante el Juez que la bolsa contenía 900 monedas. El mercader aseguraba que eran 800.
El juez, que tenia fama de sabio y honrado, no tardó en decidir el caso. Le pregunto al avaro:

- Tú dices que la bolsa contenía 900 monedas ¿verdad?

- Si, señor, respondió Juan.

- Tú dices que la bolsa contenía 800 monedas - le preguntó el juez al mercader.

- Si, señor.

- - Pues bien - dijo el juez - considero que ambos son personas honradas e incapaces de mentir. A ti porque has devuelto la bolsa con el dinero, pudiéndote quedar con ella, a Juan porque lo conozco desde hace tiempo. Esta bolsa de dinero no es la de Juan; aquella contenía 900 monedas.  Ésta solo tiene 800. Así pues, quédate tú con ella hasta que aparezca su dueño. Y tú, Juan, espera que alguien te devuelva la tuya.